Una de las puertas de la Catedral de Sevilla esconde una leyenda cuanto menos curiosa. Se trata de la popular Puerta del lagarto, situada entre la Giralda y el patio de los naranjos.

Al acceder por dicha puerta o desde el patio, se observan cuatro objetos. De las vigas del techo cuelga un cocodrilo, mientras que adosados a la pared, se encuentran un bocado de caballo, un colmillo de elefante y un bastón.

Allá por 1260, el sultán de Egipto envió un cortejo al rey Alfonso X, apodado el sabio, para pedir la mano de su hija Berenguela. Estos trajeron como regalos un colmillo de elefante, un cocodrilo del Nilo y una jirafa o animal similar, domesticada.

El rey rechazó la petición de mano de su hija, pero cargó a la comitiva de regalos para el sultán, permaneciendo en Sevilla los regalos recibidos. Se cuenta que tanto el cocodrilo como la jirafa estuvieron viviendo en los jardines del Alcázar.

Cuando los animales fallecieron, el rey mandó a disecar el cocodrilo y colgarlo del techo de la Catedral, junto al colmillo de elefante y la brida de la jirafa. También ordenó colocar el bastón del embajador castellano que había regresado de Egipto.

El animal, llamado lagarto por no conocerse en aquel momento espécimen mayor, da nombre a esta puerta. El lagarto actual que recuerda esta historia, no es el original, está tallado en madera y data del siglo XVI. En 2003 fue sometido a una restauración ya que presentaba un avanzado estado de deterioro.

También existe la teoría de que esos objetos fueron puestos en este lugar en representación de las virtudes cardinales; el cocodrilo como la prudencia, el colmillo como la fortaleza, el bocado como la templanza y la vara como la justicia. Otras versiones justifican su uso para espantar a las aves que entraban en el templo.

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