
Los naranjos se han convertido en símbolo de Sevilla. Su presencia se ha extendido a casas, jardines y parques, pero sobre todo en las calles.

Están en cada esquina. En primavera el azahar invade con su aroma todos los rincones de la ciudad coincidiendo con la celebración de las fiestas mayores.



Uno de los puntos más conocidos es precisamente el Patio de los Naranjos de la Catedral, donde decenas de ejemplares conforman el espacio.

La cifra de ejemplares que existen es muy variable aunque en la última campaña de recogida se estima que son unos 60.000 naranjos. Esto convierte Sevilla en el mayor naranjal urbano del mundo.

La vida media de un naranjo es de unos 50 años y comienza a dar naranjas a partir del quinto o séptimo año de vida.

El Citrus aurantium, de origen chino, se extendió gracias a los musulmanes en el siglo X como fuente de felicidad, además adornaban sus jardines y destilaban sus flores para crear perfumes, dando además un uso terapéutico a sus frutas y hojas.

El naranjo amargo fue el primero en llegar, a través de la Ruta de la Seda. El naranjo dulce, una variedad creada por el hombre, lo hizo en 1450.


El 25% de los árboles urbanos en Sevilla son naranjos y en el caso de que les afectase una plaga sería un desastre. Por eso la idea es seguir reponiendo naranjos allí donde siempre han estado, pero introducir otras especies en nuevas calles.

En 1970 había unos 5.000 naranjos en las calles y en 1996 eran ya 25.000. El aroma de azahar, una flor hermafrodita, se ha convertido en el olor de Sevilla, estando presente en unos de sus perfumes más reconocidos.


La cosecha, realizada entre diciembre y marzo, es aprovechada para abonos, piensos, cosméticos y biogás, una energía que se obtiene del zumo y que se emplea para depurar aguas residuales, ya que no se consume por su constante exposición a la contaminación.

Solo se consumen unas pocas, como las de los jardines del Alcázar, que acaban en la mesa de la Reina de Inglaterra en forma de mermelada, recuperando así la tradición del siglo XXI.

