Los orígenes de los camposantos en Sevilla se remontan a finales del siglo XVIII, cuando el rey Carlos III dicta un real decreto por el cual se ordena la construcción de cementerios a extramuros. Hasta entonces se realizaban enterramientos parroquiales y entierros en las iglesias o conventos.

Los primeros intentos de construir un camposanto público llegaron a raíz de la epidemia de fiebre amarilla de 1800. Eso establece que hay que realizar enterramientos masivos, fuera del recinto amurallado de la ciudad y de carácter provisional, aunque con el tiempo adquieren una estabilidad.
Todo apunta a que el primer cementerio de Sevilla fue un cementerio privado que se edificó en la Ermita de San Sebastián, en el barrio del Porvenir. Este termina convirtiéndose en un cementerio público, aunque nunca llega a ser mucho más que una serie de patios con nichos alrededor.
En 1832 se construyó un cementerio para el barrio de Triana, conocido como cementerio de San José, que se encontraría aproximadamente donde hoy se encuentra Torre Triana, cerca de la primitiva Capilla del Patrocinio. Poco después tanto uno como otro quedaron abandonados y probablemente los restos que allí yacían pasaron a fosas comunes.

En 1853 se inaugura el cementerio de San Fernando, proyectado por el arquitecto sevillano Balbino Marrón. Cuenta con una zona para disidentes, así como una área para las comunidades judía y musulmana. Desde algunos colectivos se reclama que se considere un activo patrimonial de la ciudad, pues encierra siglo y medio de historia y podría considerarse un espacio museístico. El llamado turismo funerario o necroturismo.

Dos años después de inaugurarse el cementerio de San Fernando, junto al Monasterio de San Jerónimo, lo hizo el cementerio de San Jorge, conocido como el de los ingleses, concebido para enterrar a marineros, navieros e industriales que fallecían de tuberculosis, lo que impedía repatriar sus cuerpos. El último enterramiento tuvo lugar en 1995 y su estado actual es bastante preocupante.